Todos llevamos la firma a nuestra propia experiencia, y esta evidencia nuestro carácter.
A primera vista puede parecer una clara alusión a la grafología, pero también son palabras extrapolables a la pericia caligráfica, ya que la falsificación de una firma únicamente podría llegar a conseguir un parecido formal sin prever gestos- tipo, evolución escritural, así como infinidad de detalles.
Para algunos puede que se trate de un juego amañado en el que saben de antemano hacia que lado inclinar la balanza. Para otros, los más serios, se trata de un estudio más excelso de lo que sugiere la dicotomía de saber si la firma es auténtica o no.
Todos comprendemos el concepto de “falsificación”, conocemos de su existencia, y su razón de ser, pues de igual manera que se imita un bolso de marca o un pasaporte, también se falsifican las firmas de unos albaranes. Por otro lado, cuando se plantea el tema de la autofalsificación, suelo escuchar “¿…Y eso que es? ¿Y para que lo hacen?” Comentarios que suelen evidencian la falta de información sobre este tema.
Algunos autores piensan que la denominación de autofalsificación es inmerecida por el mero hecho de que una persona no se pude falsificar a sí misma ya que subyace su propia personalidad gráfica, motivo por el que lo consideran un acto más próximo a la estafa. Particularmente pienso que la autofalsificación existe ya que el autor intenta disfrazar su propia escritura para inculpar a una persona en concreto, o a nadie en particular con la finalidad de evadir responsabilidades.
Dentro de esta categoría figuran los anónimos, es una acción cuyo encubrimiento gráfico tiene lugar a través del texto omitiendo en la mayoría de los casos la firma, aunque en ocasiones puntuales puede tener lugar un caso de firma inventada debido a que el autor cree ciegamente en su inespugnabilidad caligráfica.
Por lo que concluimos que la grafía es algo más que forma y trae a colación el método gramatomórfico.